Autoayuda y caridad



Me llama la atención el nombre bajo el cual se agrupan los libros y los mensajes destinados al mejoramiento personal, tan de moda hoy en día:

" a u t o a y u d a "

La palabra autoayuda significa ayudarse a uno mismo.

También es curioso cómo la superación del ser humano se define cada vez más en términos más egocéntricos:

"Ámate a ti mismo."
"Consiéntete. Date gusto. Apapáchate."
"Tu infelicidad y frustación se origina en que te interesas demasiado en los demás y te olvidas de tí mismo".

A esta actitud, a este pecado (porque lo es), se estaba refiriendo proféticamente el apóstol Pablo sobre el peligro que vendría en nuestra época:


"... habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los deleites más que de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella" (2 Timoteo 3:2-6)

Como podemos ver, tales enseñanzas son diametralmente opuestas a las de Cristo, y aún así cometemos muchos de estos pecados que se originan en el egoísmo.

No hay amor donde hay egoísmo. El amor no es amor si uno se olvida del prójimo. El profeta José Smith aconsejó y reprendió una vez a los santos en Far West, Misuri, diciéndoles que


"Dios ha cerrado repetidas veces los cielos por causa de la codicia que hay en la Iglesia" (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 4).
Si como familia, como barrio, como Iglesia, percibimos que Dios ha cerrado los cielos; o nos sentimos emocional y moralmente insatisfechos, quizás este mensaje nos ayude a entender cómo cambiar esa condición.

Se nos ha enseñado que "cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa" (D. y C. 130:21). Por lo tanto, si queremos las más grandes bendiciones, podríamos comenzar por cumplir los más grandes mandamientos.

En una ocasión, durante el ministerio terrenal del Salvador, unos fariseos se acercaron a Jesús.


"Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó para tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas." (Mateo 22:35-40)

El presidente Gordon B. Hinckley dijo:
"Cuán terapéutico y maravilloso es para alguien dejar a un lado todo anhelo de provecho personal y poner su fuerza e intención en ayudar al infortunado, en mejorar y embellecer su entorno".

El mismo Gordon B. Hinckley, cuando sirvió como misionero en las Islas Británicas, se sintió tan decepcionado por el poco éxito que tenia, que escribió a su padre diciéndole que no veía el caso de malgastar el dinero que le había dado ni las fuerzas en su labor misional, y que mejor regresaría a casa.
Su pensamiento era egoísta. Su padre le contestó una carta, en la que le decía: "Olvídate de ti mismo y ponte a trabajar".


"Uno de los mayores desafíos que encaramos en nuestras vidas vertiginosas y egoístas, es seguir el consejo del Maestro de darnos tiempo para cuidar de los demás, desarrollar y ejercer la única cualidad que nos dará poder para cambiar las vidas de otros: el amor".

En las Escrituras, a ese amor se le llama caridad. Usualmente, al hablar de caridad, pensamos eb donaciones y en limosna. Pero la caridad es el amor puro ejemplificado por Cristo: implica amabilidad, prestancia para elevar, ayudar e incluso para compartir el pan...
El amor, es decir, el interés y el cariño genuino por otros, es la base de toda enseñanza y obra cristiana, y el motor de la vida centrada en Cristo:


"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros." (Juan 13:34)
Pero no siempre es fácil amar al prójimo. A veces, sin quererlo, somos levitas o sacerdotes pasando al lado o evitando al malherido que yace en el camino, quizás deseando que aparezca un samaritano para rescatarlo sin que lo hagamos nosotros, y así tranquilizar nuestra conciencia.
Pero si tenemos el sincero deseo y la firme determinación de amar al prójimo, y aún así resulta difícil, podemos comenzar por limpiar nuestra vida y aumentar nuestra rectitud.

"Si se esfuerza por hacer obras de rectitud, aumentará su amor por todas las personas... sentirá un sincero interés en el bienestar eterno y la felicidad de los demás." (Predicad Mi Evangelio)

Si sentimos que amar a alguna persona es una misión desagradable o pesada, debemos humillarnos ante el Padre:


"...si hacéis esto, siempre os regocijaréis, y seréis llenos del amor de Dios y siempre retendréis la remisión de vuestros pecados; y aumentaréis en el conocimiento de la gloria de aquel que os creó, o sea, en el conocimiento de lo que es justo y verdadero. Y no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente, y de dar a cada uno según lo que le corresponda. Ni permitiréis que vuestros hijos anden hambrientos ni desnudos, ni consentiréis que quebranten las leyes de Dios, ni que contiendan y riñan unos con otros y sirvan al diablo, que es el maestro del pecado, o sea, el espíritu malo de quien nuestros padres han hablado, ya que él es el enemigo de toda rectitud. Mas les enseñaréis a andar por las vías de la verdad y la seriedad; les enseñaréis a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro. Y además, vosotros mismos socorreréis a los que necesiten vuestro socorro; impartiréis de vuestros bienes al necesitado; y no permitiréis que el mendigo os haga su petición en vano, y sea echado fuera para perecer." (Mosíah 4: 13-16)

Como vemos, todas las bondades de la vida en el evangelio emanan y dependen del amor a Dios y al prójimo.

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