El por qué de la repetición en la Iglesia



Es probable que hayan estado en una reunión de la Iglesia cuando alguien comparte una historia que ya han escuchado algunas veces. Tal vez parezca que han sido cientos de veces. Probablemente hay algunas historias que incluso podrían recitar.
Recuerdo haber oído una de esas historias cuando era joven. Se trataba de una historia del presidente Spencer W. Kimball, y yo la había oído tantas veces que pensaba que podría repetirla mientras dormía.
Una noche de tormenta, el presidente Kimball vio a una joven madre embarazada y su hija de dos años de edad, en un aeropuerto. La madre no podía cargar a su hija por lo delicado de su embarazo,  tenía a la pequeña llorando junto a su pie.
Un grupo de pasajeros gruñones la miraron, juzgándola, dijeron cosas desagradables en voz baja, pero el presidente Kimball inmediatamente se ofreció a ayudar.
Con el permiso de la madre, levantó y consoló a la pequeña y le dio un trozo de chicle. Entonces él amablemente pidió a los que estaban en la fila si la joven madre se podía mover a la parte de enfrente. Los pasajeros que habían estado molestos aceptaron inmediatamente. Él habló con el empleado y consiguió asientos en el siguiente vuelo disponible, asegurándoles un buen viaje, mucho más rápido.
No fue hasta años después que supe la razón por la que el Señor quería que yo conociera tan bien esta historia.
Estaba viviendo en Tokio, Japón, con mi esposa y mi hija de un año de edad. Un día frío de tormenta, entré a la estación para tomar un tren. Me abrí paso entre la multitud y las sombrillas, y seguí por las escaleras, cuando vi a una mujer joven cargando a un bebé que lloraba. Las lágrimas corrían por el rostro exhausto de la madre, pero la gente que pasaba al lado de ellos solamente seguía caminando, murmurando.
Inmediatamente recordé la historia del presidente Kimball. El recuerdo vino a mí con tal fuerza que  me detuve al instante y le pregunté si podía ayudar. Una vez que se dio cuenta de mi sinceridad, me dejó sostener a su bebé y me contó su historia.
Estaba esperando a que su esposo volviera de hacer una llamada telefónica sobre una oferta de trabajo. Había estado sin trabajo durante meses, estaban sin hogar, viviendo en un parque.
En ese momento, su esposo regresó. Una vez que su esposa y yo le explicamos quién era yo, se dejó caer contra la pared. La llamada telefónica había sido infructuosa. Todavía estaba sin trabajo y aún estaban sin hogar.
No tenía un chicle que ofrecer, pero quería ayudar. Sabiendo que los líderes de la Iglesia a veces pueden ayudar en estas situaciones, llamé a mi presidente de estaca y le pregunté si podía reunirse con ellos. Él accedió a vernos esa noche. Después de colgar, les di el dinero que tenía y les dije que compraran comida y que nos reuniríamos más tarde. Ninguno de ellos había comido en más de 24 horas.
Más tarde esa noche, caminamos hasta la capilla, donde el presidente de estaca les dio la bienvenida y amablemente nos hizo pasar a su oficina.
Mientras hablábamos, el padre nos dijo que después de meses de vivir con hambre y desesperación, él y su esposa habían decidido que si él no conseguía un trabajo ese día, dejarían al bebé en una estación de policía y se quitarían la vida.
Mientras escuchaba, sentí una inmensa gratitud por el ejemplo y las enseñanzas de los profetas. En silencio, di las gracias al Padre Celestial por las historias que una vez había encontrado aburridas y repetitivas. Sin esa repetición, no creo que la historia del presidente Kimball habría venido a mí con la fuerza suficiente como para guiar mis acciones esa noche.
El presidente de estaca les presentó al obispo de su área, y ayudaron a la familia a obtener artículos de primera necesidad. Con el tiempo, todo el barrio apoyó a esta pequeña familia, mientras se volvían autosuficientes nuevamente. Mas adelante, aprendieron acerca del Evangelio restaurado, y tuve la bendición de bautizar al padre y la madre y el presidente de estaca les confirmó como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
No considero que mi papel en esto haya sido tan importante, pero sé que yo estaba preparado para ese día tormentoso en la estación de tren. Había una razón para haber escuchado historias sobre los profetas durante mi juventud. El Padre Celestial sabía que algún día iba a necesitar esa historia del presidente Kimball y que requeriría mi ayuda para bendecir a alguien más.
Tenemos que tomarnos el tiempo para escuchar las palabras de los profetas. Con tanta información disponible al instante, podemos estar tan concentrados en la búsqueda de algo nuevo, algo emocionante, un nuevo entretenimiento, que llegamos a olvidar que el modelo del Señor es el consistente, y muchas veces repetitivo, alimento espiritual. Cuando oímos un mensaje más de una vez, es mejor reconocer que es para nuestro bien en lugar de ignorarlo porque lo hemos oído antes. A menudo ahí hay un mensaje más importante que puede resultar valioso para nuestra vida.
Podemos asegurarnos de recibir estos mensajes, simplemente estando en el lugar correcto en el momento correcto. El hacer las cosas pequeñas y sencillas permite que el goteo constante del Evangelio tenga una impresión duradera en nosotros. Y entonces estaremos preparados para hacer todo lo que el Padre Celestial nos pida.
por el Élder Scott D. Whiting, de los setenta

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