El poder de las quejas




En varios lugares de las Escrituras, el Señor le dice a sus profetas que escucha el lamento, el clamor, las quejas y el llanto de sus hijos o de su pueblo. Y en casi igual cantidad de ocasiones, dice que contestará esos lamentos con consuelo, con redención e incluso a veces, vengando a su pueblo (3 Nefi 21:21, por ejemplo).

Muchas de las palabras que los profetas y otros autores de las Escrituras elevan en forma de plegaria al Señor son en tono de queja

En 2 Nefi 4, el profeta favorito de las chicas (por obediente, joven, alto, fortachón y lleno de ternura hasta las lágrimas) no sólo lamenta la debilidad de su alma que se pone triste por las cosas que sufre (oigan: sus hermanos lo querían matar), sino que también dice que llora por las noches. Sé de obispos y otros líderes que han tachado de malignos, diabólicos y pecadores a miembros de la iglesia que lloran y lloran porque padecen muchas cosas en su vida. ¿Qué le dirían a Nefi?

Casi todos los 150 Salmos del rey David son poemas y cantos de queja por la persecución que sufría de parte de sus enemigos, por la inestabilidad y la inseguridad de su pueblo, y por su situación de debilidad en esta vida terrenal. Muchos van a decir que eso era el resultado de haber cometido el doble pecado de acostarse con Betsabé y mandar a la muerte a Urías. Cierto. Puede ser. ¿Y Nefi también se lamentaba por inicuo? No parece que sea la explicación.

Además, el amor que Dios tuvo, tiene y tendrá por David hizo que lo pusiera como cabeza de la familia a través de la cual nacería el Salvador. Si leemos la vida de David, nos damos cuenta de que en muchos sentidos, también él es un símbolo de Jesucristo.

Moisés también se quejó, y no una, sino decenas de veces. Se quejó con Dios acerca de las estupideces de su pueblo (¿les suena familiar el sentimiento?). Otras veces se quejaba de su posición como profeta y portavoz del Señor, e incluso llegó a pedir la muerte para ya no soportar tanta rebelión, irreverencia, injusticia y perdición. No sé si se esté entendiendo el mensaje, el chisme, pero Moisés "pidió su relevo" varias veces. Moisés se quejó, mucho, mucho, mucho. Y es Moisés.

José Smith, el que debiera ser nuestro profeta favorito (Mahoma lo es para los musulmanes, ¿no?), era un hombre valiente, arrojado y que confiaba plenamente en el Señor. Con todo y todo, de él es esta queja: "Oh, Dios, ¿dónde estás?... ¿Hasta cuándo se detendrá tu mano... y penetrarán sus lamentos en tus oídos? ... ¿hasta cuándo sufrirán estas injurias y opresiones?". Lo que llegó a él como resultado de esa queja no fue un "deja de quejarte", sino una revelación, una porción enorme de amorosa enseñanza, doctrina consoladora, llena de fortaleza y valor, que están recogidos en las secciones 121 y 122 de Doctrina y Convenios. Luego fue liberado de la cárcel de Liberty.

Ya que estamos hablando del profeta José Smith, es justo mencionar que una queja persistente y un amargo reproche de Emma Smith sobre el tener que limpiar el salón de instrucción en el Templo de Kirtland de los deshechos de tabaco masticado y otras cosas llevó al Profeta a preguntar qué hacer y el resultado fue la revelación de la Palabra de Sabiduría, que se encuentra en la sección 89.

Un lamento, una queja persistente hizo que Dios se condoliera de su pueblo, de modo que llamó a Moisés para liberarlo, o al menos así se lo dijo el Señor mismo al llamarlo como profeta: "He oído el lamento de mi pueblo".


El capitán Moroni estaba defendiendo el pueblo nefita en las fronteras de sus territorios, reconquistó ciudades que los lamanitas habían tomado y luego se quedó largo tiempo esperando la ayuda, refuerzos y víveres del gobierno. Entonces escribió una durísima carta en la que se quejó amargamente contra el gobierno porque no recibía ayuda. Y no sólo se quejó, sino que condenó y amenazó con ir contra los gobernantes si no cambiaban su actitud.
Como resultado, el gobierno expuso la terrible situación de insurrección que estaba padeciendo y Moroni corrió para auxiliar en la situación precaria del gobierno, y entonces ambos se ayudaron mutuamente.

Finalmente, tenemos el ejemplo del Salvador. Cuando Jesús dice "¿Hasta cuándo...?", lo que está emitiendo es una queja. Lo mismo pasa cuando habla de su pueblo, al contemplar la Ciudad Santa desde el Monte de los Olivos, diciendo "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, cuántas veces quise juntar a tus hijos... mas no quisiste".

Por si eso fuera poco, no necesitan más contexto dos quejas directas con Su Padre: "Si es posible, pase de mí esta copa" es una expresión sincera como la de un niño que no quiere pasar por un trance que sabe que será doloroso. Y el otro ejemplo es agrio, e incluso cualquiera lo podría interpretar como desafiante: "¿Por qué me has abandonado?"

A ver, critíquenlo. Díganle que no se queje. Si las quejas son de verdad malas, entonces Cristo no fue perfecto, porque ahí están las quejas que salieron de su propia boca.

Es cierto que debemos orar para pedir y para agradecer, pero cuando decimos a los miembros que dejen de quejarse, muchas veces les estamos sugiriendo que dejen de hacer el único tipo de oración que pueden elevar a Dios.

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