El mormonismo y la literatura (3 de 3)


(...) Todavía se escriben novelas sobre la experiencia mormona, mucho mejores hoy que los tratamientos morbosos del Estudio en escarlata (la primera aventura de Sherlock Holmes), La vida de la mujer entre los mormones (Maria Ward, 1855) o Los Danitas de la Sierra (Joaquin Miller, 1910). Los títulos de la actualidad sugieren agradecimiento, anhelo, compasión poética: Hijos de Dios, Apenas abajo de los ángeles, El reino apacible, La siega espera, El gigante Josué, por nombrar sólo algunos. La mayoría de los lectores todavía están a la expectativa, buscando la gran novela mormona, y esa expectativa añade una carga sobre los hombros del narrador mormón, porque lo que él espera sea una obra épica. Bernard DeVoto dice que su novela mormona es por mucho el mejor libro que jamás habrá escrito: Dios, el narrador, creó un mejor relato sobre José y los mormones pioneros de lo que la ficción podría siquiera igualar.
Es verdad que la ficción mormona enfrenta dificultades especiales, una de ellas tiene que ver con las creencias, la otra con la técnica. Dice Don D. Walker:
“Para escribir con integridad para lectores que entienden la integridad, los escritores necesitan una tradición, un sistema de valores morales en el que puedan hacer juicios significativos. Necesitan un marco de creencias. Los escritores dentro de la Iglesia aceptan sin más ese marco y no se mortifican en la búsqueda de convicciones, sino que traen firmeza, optimismo, pero a veces también acarrean la simplificación excesiva, ingenuidad e incluso hipocresía. Los escritores de fuera de la Iglesia ven el marco, la tradición predominante, como meramente histórico, y lo encuentran inútil para sus propios términos de discurso. (Entre los que se han mudado fuera de Utah existe la idea de que apenas escapan del territorio, ya pueden ser creativamente libres.) Los escritores de adentro tratan a los pioneros, por ejemplo, con una nula crítica, como si de una raza de gigantes se tratara. Y los escritores de afuera los ven como hombres disminuidos y patéticos. Ambas visiones son falsas. Lo que ambos tipos de escritores deben traer a la narrativa mormona no es la adoración popular ni el descrédito, sino el entendimiento humano, los valores humanos.”
Maurine Whipple (El gigante Josué) ha apuntado que la gente sobre la que escribió eran seres humanos de nacimiento, y santos únicamente por adopción. Entre las decepcionantes simplezas del relato pionero, con sus elementos genuinamente complejos de la poligamia  y la orden unida, el escritor tiene el desafío de crear a un pueblo que puede ser entendido y también a mormones que puedan ser entendidos. Lo que se necesita, probablemente, es un lienzo más pequeño, una perpectiva más sólida, relatos que aporten no tanto el movimiento de la historia como el sentimiento de la experiencia vivida, la experiencia de las cosas vivas, de situaciones muy particulares. Muchos de los que han escrito sobre la poligamia, por ejemplo, nunca han trascendido la orientación social básica, o, yendo más allá, nunca han hallado más que la antigua certidumbre de que las mujeres son seres extremadamente celosos.
La carga de crear literatura mormona reposa en el futuro tan pesadamente sobre el lector como sobre el escritor. Si un vistazo a los aparadores en las librerías locales de la Iglesia nos llenan de consternación y acusamos a los escritores mormones de haber tirado sus plumas para tomar las tijeras y el pegamento, bien podríamos preguntarnos si una lectura hecha con desgano no es también para dar vergüenza. Una de las mayores amenazas contra el crecimiento de la literatura mormona es lo que podríamos llamar el alfabetismo no educado de los miembros de la Iglesia, que es un peligro mayor que el grosero analfabetismo, porque las mentes adultas que son capaces de crecer, han quedado atrapadas ―bajo el pretexto de la literatura oficial― en el nivel de la lección de la Escuela Dominical y nunca han pasado por la estimulación del escrito elaborado que toda la tradición mormona debió haber ayudado a madurar para este tiempo. El mormonismo tiene el poder de realizar su propio Christian Century y su Commentary. Decenas de miembros de la Iglesia están escribiendo con destreza en sus campos de especialización, pero la literatura oficial no los reconoce a causa de una amenaza suprema contra el crecimiento literario mormón: la tendencia a otorgar a ciertos textos una autoridad que no les es propia, por mediocres que sean en estilo o espíritu. El prefacio oficial es fatal para la producción literaria mormona porque reviste a obras indignas con un falso prestigio mientras que, por otro lado, las obras bien trabajadas que no son tan reconocidas quedan sin ser leídas. La literatura debería establecer su propia autoridad. Las mejores revelaciones de José Smith, lingüísticamente hablando, tienen la autoridad de una muy buena literatura; son literatura convertida en autoridad cuando hablan la verdad de un modo inolvidable. La pieza clave de la autenticidad no es preguntarse “¿Fue inspirado?”, sino “¿Es inspirador?”.
En esa célebre colección de sus ensayos, el profesor P. A. Christensen de la Universidad Brigham Young, hace notar cómo “a través de la fácil adquisición de proverbios y epítomes orales, incluso la gente más superficial parece poseer y llevar consigo la sabiduría de las edades,” y cómo “la misma facilidad con la que se instalan en la memoria no precisamente conduce al estudio y la meditación necesarios para aprovechar la sabiduría implícita en ellos”. Cuando los Santos de los Últimos Días dejen de serlo sólo de dientes para afuera, y se regocijen en lemas como “la gloria de Dios es la inteligencia” y “Creemos en el progreso eterno”, la literatura mormona caminará hacia la promesa de sus notables comienzos, porque los lectores mormones demandarán de los escritores mormones voces auténticas, ya sea en ficción, en historia, en biografía o en folletos misionales. En otras palabras, demandarán la autoridad de un buen escrito y de verdades expresadas de manera memorable.

2 comentarios:

  1. Hablas con la verdad. Pero si bien estás en espera de esa literatura mormona formidable como muchos miembros y por supuesto el mismo Dios al que adoramos, ¿porqué cerrarte a mi visión si estoy buscando lograr eso mismo de lo que hablas aquí? En fin, ojalá que puedas leer mi libro, por lo menos por curiosidad.

    Baruch Peña

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  2. Me parece muy interesante apuntar, como lo hace el texto, que en general, los elementos de la -tan poco respetada- sabiduría popular, en este caso "mormona", proveerían de gran profundidad y hasta emotividad los textos o materiales producidos por la comunidad de la iglesia, sin embargo, tal como se señala también, la devoción, la "obediencia", el riguroso apego a las palabras de líderes "inspirados", se traduce en un temor a arriesgarse con alguna visión poco ortodoxa de cualquier tema, es decir, al parecer a los miembros de la iglesia les ha sido cercenada la capacidad de la libre opinión, cual al niño que se le sobreproteje y, lejos de alcanzar un máximo en sus capacidades, se sienta a llorar solitario cuando se encuentra lejos del yugo que le proveía significado a su existencia, significado sólo a través de la obediencia, no de la libre voluntad...

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